La guayaba es una de esas frutas exóticas que conocí gracias a mi vieja (y a mi viejo también, ya verán por qué). El jardín en donde crecí, después de la flores llegaron la huerta y los frutales, uno de ellos, el guayabo. Este pequeño arbolito que crece en zonas tropicales y subtropicales puede adaptarse al clima de Buenos Aires, siempre que lo protejamos de las heladas fuertes (sobre todo los primeros años).
Hay que ir cosechándolos a medida que maduran y guardarlos en la heladera (se maduran muy rápido) . Pueden comerse frescos, pero yo prefiero hacerlos como le gustaban a mi padre: en almíbar.
Como nuestro árbol tiene dos años y todavía da pocos frutos, me contento con los que tengo, y después de pelarlos y sacarles las semillas, van a la cacerola haciendo capas (si hubiera muchos) con azúcar y un poquito de agua (no hace falta mucho porque la fruta libera bastante). Los dejo macerar un rato con el azúcar y después se cocinan a fuego mediano o bajo. Como la fruta es blanda no necesita tanta cocción como un dulce. Esto es un pequeño adelanto del próximo libro: FRUTALES Y COCINA.
Así quedan listos para hincarles el diente, qué sabrosos que son! Con un poco de crema fresca o así nomás para comérselos a cucharadas. Gracias viejos!